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Vestimentas que confunden el día con la noche, como ocurre en las tierras de ese lejano oriente por las que sale el sol y en las que se hunde en el agua cuando llega la noche. Tan livianas que se pueden llevar como se lleva el viento. Que sirven para acercarse a mar para oír sus susurros, como lo hacen las gentes de las islas tamiles, o para protegerse del frescor de la noche antes de sumergirse en ella.
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Tejidas con el hilo del más puro algodón teñido con el matiz de la arena de la playa o el marfil de las joyas. Con el color de paz de las orillas tranquilas a las que llega el mar sin revolverlas, del equilibrio eterno entre el día y la noche de los atardeceres. Naturales y espontáneas como lo es el viento del mar al que te acercas. Distinguidas y exquisitas como lo son las luces de la noche a las que te abandonas.
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